Manuel Gutiérrez Reinoso tenía 16 años. Era un buen chico, dicen los vecinos de la Villa Jaime Eyzaguirre, de la populosa comuna de Macul, ubicada en la zona sur oriente de Santiago. Participaba de la Iglesia Metodista Pentecostal, recuerda uno apoyado en la reja de la entrada de la modesta casa del joven. “Estuvimos jugando a la pelota en la tarde”, se anima a contar su “compadre” Giuseppe mientras da vueltas por las callecitas de la población, pensando en la noche fatídica. Es que el destino y las balas nunca fueron amigos.
La madrugada del viernes, tras la última jornada del paro nacional convocado por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), Manuel salió de su hogar para ayudar a su hermano Gerson, de 23 años, que se desplaza en silla de ruedas. La idea era hacer lo habitual en estos días: observar los “cacerolazos” de los pobladores en contra del actual gobierno.
En eso estaban cuando se sintieron tres balazos. “Me dieron, hermano”, dijo Manolito y se desplomó. El proyectil le atravesó el tórax causándole la muerte minutos más tarde en la asistencia pública. “Yo vi disparar a los carabineros y no soy el único testigo”, dijo Gerson, que junto a Giuseppe Ramírez, 19, aseguran que fue la policía la que disparó sin mediar provocación alguna.
“Ibamos caminando hacia la pasarela que está al final del pasaje cuando apareció un radiopatrulla de Carabineros y comenzaron a disparar. Estoy seguro de que fueron ellos. Uno de los balazos le llegó a mi hermano en el pecho y cayó al suelo”, agrega entre sollozos el joven minusválido.
Jacqueline, otra de las hermanas de Manolito, cuenta que en un principio pensaron que se trataba de balines de goma. Sin embargo, los médicos de la Posta 4 de Ñuñoa dieron la mala noticia: “No pudimos salvarle la vida porque era una bala de grueso calibre”, dijeron. Ese mismo proyectil fatal, que simbólicamente hirió a todo Chile, será clave para determinar al responsable del cobarde hecho. Los peritos de la Policía de Investigaciones de Chile ya está analizando la bala.
Miguel Fonseca, vecino de la víctima y que tomó la vocería de la familia, contó a Página/12 que se presentarán seis testigos a declarar. Además de Gerson y Giuseppe, irán tres vecinos del sector y otro joven que recibió una bala en el brazo cerca del lugar del hecho y al cual todavía no le extirparon el proyectil.
El hecho caló hondo en la ciudadanía que, en caliente, a través de las redes sociales, apoyó mayoritariamente la versión de los jóvenes. Esto por más que la policía de-sestimara la participación de funcionarios de su institución.
“Descarto de plano la participación de carabineros. Sé que hay alguna versión de que habría pasado un vehículo por el lugar donde ellos estaban y cumpliría no sé con qué característica, que ellos lo atribuyen a que era un vehículo de carabineros”, dijo el segundo jefe de zona Metropolitana, el general Sergio Gajardo.
Pero el clima sombrío estuvo presente todo el día. “En un año y medio, los carabineros perdieron toda la credibilidad y el respeto que habían ganado en veinte. Ahora los cabros (chicos) no les tienen miedo como en la dictadura, cuando para nosotros ver a un paco era lo mismo que estar mirando a Pinochet. Ahora los jóvenes no van a aguantar ser reprimidos”, le decía un amigo a otro en un café del centro de Santiago, dando cuenta del impacto de la noticia y del golpe que ha significado para carabineros –culpables o no– su actuación en las movilizaciones estudiantiles. Si bien la delincuencia y la violencia han sido rechazadas transversalmente y varios policías han sido heridos, incluso a balazos, ellos se han llevado el repudio más grande.
La Moneda y principalmente el ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, han sido duramente cuestionados por su labor. De hecho, luego de que el secretario de Estado prohibiera una marcha anterior por el centro de Santiago, el clima se fue enrareciendo. En ese escenario, el subsecretario, Rodrigo Ubilla, pidió “no especular” sobre la muerte del menor, sino “dejar que las instituciones actúen”.
Mientras tanto, Mireya Reinoso, la madre del chico fallecido, se aferra al credo que profesa para aguantar tanta pena. Generosa, la mujer también pide que se haga justicia para que esta tragedia no se repita.
“Nada me va a devolver a mi hijo, pero creo que podrían haber disparado al aire, podrían haberse cerciorado de que estaban haciendo algo. Pero sé que la justicia viene de arriba... es un dolor muy grande”, dijo entre lágrimas.
Al pequeño Manolito lo velan ahora en la parroquia evangélica que queda a dos cuadras de su casa. El mismo templo al cual acompañó a su abuelita tantas veces a rezar. Oraciones que se repitieron en diversas “velatones” que se de- sarrollaron en homenaje al pequeño mártir de la movilización estudiantil chilena. Los “cacerolazos” anoche fueron de luto.