La reciente autorización dada a cooperativas de diferentes naturalezas, para que puedan vender directamente sus producciones a entidades turísticas, es un paso positivo e importante por dos razones que explicaré en lo adelante.
En primer lugar, es una medida que introduce una nota de racionalidad en el sistema económico cubano. El sistema económico cubano ha sido por cinco décadas eminentemente mediocre y burocrático. Las producciones agropecuarias —y de cualquier naturaleza— solo adquirían categoría de mercancías cuando eran registradas por burocracias habilitadas para ello. Con todo el dispendio que esto ha significado. Y aun cuando esta rigidez ha flaqueado algo al calor de la crisis que no termina, en lo esencial, sigue siendo así.
Recuerdo un caso que observé directamente en el pueblecito de Chambas en la provincia de Ciego de Ávila mientras realizaba una investigación sociológica a fines de los 80. Con seguridad hubiera inspirado a Ionesco. Aunque Chambas tiene un puerto cercano donde funcionaba una empresa pesquera —Punta Alegre— y se abastecía de peces de esa cooperativa, los pescados hacían un viaje de muchos kilómetros hasta la capital provincial donde eran registrados y se hacían reales. Y desde allí hacían el viaje de regreso a Chambas. Pero como el sistema de refrigeración de los camiones era muy deficiente, muchas veces la carga llegaba descompuesta. Y los chamberos no podían comer pescado, excepto cuando podían acceder al mercado negro, donde los pescadores de Punta Alegre —muchos de los cuales vivían en Chambas— se encargaban de acortar los recorridos de los desafortunados habitantes del mar.
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