Un acuerdo marco entre ambos países modifica el equilibrio entre
Nueva Delhi e Islamabad en el Subcontinente
India y Afganistán han sellado una denominada alianza estratégica en la visita
del presidente Hamid Karzai a Nueva Delhi, un acuerdo que modifica
sustancialmente los ya precarios equilibrios
en el Sur de Asia, donde Pakistán se había reservado tradicionalmente
una fuerte influencia sobre su vecino occidental.
Kabul busca nuevas alianzas en vistas a su futuro no muy lejano, a partir de 2014,
cuando las tropas internacionales hayan abandonado Afganistán y
el gobierno de Karzai tenga que hacer frente
con medios propios a los múltiples elementos desestabilizadores.
El primer ministro indio, Manmohan Singh, ha prometido a Karzai que
el gobierno de Nueva Delhi va a apostar por la estabilidad del
martirizado país en los próximos años.
India ha comprometido una inversión de 2.000 millones de dólares en ayuda y
el acuerdo incluye el compromiso indio para entrenar a las fuerzas de
seguridad afganas, además de dos convenios para suministrar energía a Afganistán.
El interés de India en la alianza con el gobierno Karzai es evidente, ayudarle a
combatir a los talibanes y Al-Qaeda, el ámbito en el que se amparan
los terroristas que atentan en suelo indio.
Al tiempo, el acuerdo supone un mensaje claro a Islamabad para que colabore en la
lucha contra los elementos islamistas que desde territorio pakistaní se sospecha
que mantienen algunos anclajes
en los servicios secretos pakistaníes, el ISI.
De hecho, en las últimas semanas, Kabul ha multiplicado las acusaciones contra el ISI, al que
ve detrás de algunas acciones terroristas en Afganistán, en particular el asesinato
del expresidente Rabbani, mediador
de Karzai en las conversaciones para conseguir que los talibanes abandonen las armas y se
reintegren en la política.
India aprovecha hábilmente la tensión entre Kabul e Islamabad para ofrecerse como el
artífice de una futura estabilidad en el Subcontinente.
Pero el afán de Nueva Delhi va más allá. Frente a un Pakistán atenazado por el islamismo
y las dificultades económicas, el gobierno indio puede erigirse como la gran potencia emergente
que es y contribuir a pacificar el área.
Nueva Delhi trabaja para conseguir un asiento permanente en un futuro Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas reformado, por lo que cualquier acción en la escena internacional que
contribuya a estabilizar en lugar de tensionar solamente le puede dar puntos.
La fuerza de la economía india le garantiza un nuevo papel en el mundo. Su rival nuclear en el área,
aunque pueda no reconocerlo abiertamente, implícitamente lo asume.
Pakistán sellaba la semana pasada un acuerdo para liberalizar los acuerdos comerciales con India,
prueba de que Islamabad cuenta ya con Nueva Delhi más como partner que como enemigo.
Así lo confirma el acercamiento de los últimos meses y la colaboración del gobierno pakistaní en materia antiterrorista.
Aunque la rivalidad pueda subsistir, ambos gobiernos, Islamabad y Nueva Delhi, son conscientes
que a la larga, su principal enemigo es el islamismo, capaz de desestabilizar el área y comprometer
el brillante futuro económico del Subcontinente.
Y Afganistán no quiere quedarse al margen del tirón indio.
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