Apenas pasadas las ocho de la mañana, la máquina atravesó el techo del refugio e hizo contacto con los mineros, que dieron aviso por el cable de comunicación. Su liberación es ahora inminente y las emociones se soltaron.
A las 8.05 de la mañana, cuando el Campamento Esperanza comenzaba a desperezarse de otra fría noche en el desierto de Atacama, la campana de la pequeña escuela levantada aquí para que los niños no pierdan clases comenzó a repicar frenética. Era la señal más esperada en la mina San José desde hace unos días: el plan B, comandado por la perforadora T130, rompía a 622 metros de profundidad el techo de la galería donde desde el 5 de agosto 32 mineros chilenos y uno boliviano están atrapados luego de que el pequeño yacimiento de oro y cobre se derrumbara, tragándose al primer turno de ese fatídico día.
A esa misma hora, el sol lograba imponerse a la niebla, lo que hizo más emotivo este nuevo hito en la historia de la mina San José, pues comenzaba la cuenta regresiva de un rescate que, según ha trascendido, permitirá al primer minero que salga ver la luz el próximo martes.
De la emoción a la locura. Espontáneamente, los familiares de los 33 comenzaron a trepar la ladera del cerro donde flamean las 32 banderas chilenas y el estandarte boliviano en honor a los que están bajo tierra. Todos corriendo de aquí para allá en distintas direcciones, liberando ese sentimiento atrapado por la ansiedad de los últimos días. Con diversos gestos de alegría, la gente se fundía en abrazos y llanto. El himno nacional chileno fue cantado con el alma y puso la postal a un cuadro que a todos los aquí presentes puso la piel de gallina. “Estamos cada vez más cerquita”, exclamaba una madre, esposa o abuela anónima. Otra señora, que agitaba con locura una gran bandera chilena, no dice quién es su familiar atrapado. Para ella, “los 33 son mis familiares, por los 33 he pedido y por los 33 ha sucedido el milagro. Somos todos una familia”.
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