Desgastado, enfrentando la mayor debacle financiera en lo que va del siglo, hundido en una crisis de credibilidad, sin asideros firmes que le permitan mantener la gobernabilidad del país y ahogado ante la presión internacional por la cada vez más abierta corrupción y por la sistemática violación de derechos humanos que se traduce en desapariciones forzadas, tortura, ejecuciones sumarias y asesinato de periodistas y defensores de derechos humanos, el presidente Enrique Peña Nieto rinde hoy su tercer informe de gobierno ante el Congreso de la Unión sin otra expectativa que salvar las apariencias para sortear el segundo y último tramo de su administración.
El tercer año del gobierno de Peña Nieto no parece tener salvación: el narcotraficante más peligroso del mundo, Joaquín “El Chapo” Guzmán, se escapó el 11 de julio de un penal de máxima seguridad en Almoloya, estado de México, la tierra del presidente, y el peso se devaluó casi en 35 por ciento en el último año –de forma acelerada a partir de la crisis en China–, al pasar de 13,07 pesos por dólar a 17,65 por uno. Para el presidente Peña Nieto, no es para tanto: “Hay países a los que les ha ido peor”.
El discurso festivo del presidente contrasta con un dato brutal: en el país del segundo hombre más rico del mundo, Carlos Slim, con una fortuna personal de más de 77.100 millones de dólares, ahí mismo viven casi 67,5 millones de pobres, 2 millones más que el año pasado, según cifras oficiales.
La descomposición nacional incluso ha matizado el optimismo a priori del presidente, quien ha debido reconocer que “México aún no se está moviendo a la velocidad que todos queremos”, en parte por la corrupción y por la desigualdad imperante en el país.
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