Agustín tiene diez años y lucha por su vida en la cama del hospital. No está solo. Médicos, enfermeros, asistentes, familiares y amigos lo acompañan. También recibe visitas minúsculas, que pueden contrabandear en su cuerpo microorganismos que compliquen aún más su delicado estado de salud. Se trata de las hormigas hospitalarias, que son un problema a la hora de combatirlas en distintos puntos del planeta. Pero, un trabajo minucioso realizado por investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (Exactas UBA) mostró resultados alentadores.
“Trabajamos en uno de los hospitales de pediatría más importantes del país, y obtuvimos un ciento por ciento de eficiencia en el control de las especies de hormigas que eran más problemáticas”, resalta Roxana Josens, directora del Grupo de Estudio de Insectos Sociales de Exactas UBA, quien encabezó la investigación.
Todo comenzó en 2011 cuando ella recibe un llamado inesperado -o mejor dicho esperado- desde el servicio de toxicología del centro de salud porteño de referencia nacional en pediatría. ¿De qué se trataba? Dentro de las salas de este hospital, cuidando la salud de los pacientes, no está permitido aplicar ningún insecticida en las formas que sí se hace en cualquier otro edificio. Ahí, las hormigas sólo se pueden combatir con cebos y éstos no estaban arrojando los efectos buscados.
Josens, investigadora del CONICET, hace más de veinte años estudia los hábitos de estos diminutos seres que pueden ocasionar cuantiosos daños como cortocircuitos eléctricos o carcomer cimientos, siendo además un problema frecuente su control en establecimientos sanitarios. Es más, la investigadora se había capacitado en Brasil en el tema de hormigas hospitalarias porque sabía que tarde o temprano sería necesario enfrentarlas en la Argentina.
“Cuando se ve bibliografía del tema, se encuentran casos en diferentes lugares del mundo donde hallaron hormigas debajo de vendajes, dentro de incubadoras, en camas de pacientes y siempre donde haya sueros con dextrosa, por ejemplo, en la vía de administración de sueros”, describe la experta desde su laboratorio. Allí, ella está rodeada de cubículos de vidrios que contienen estos insectos bajo estudio. Y son similares a los que deambulan a diario por la ciudad en busca de provisiones, las llamadas obreras. “Ni bien estas hormigas urbanas detectan algún alimento, el reclutamiento es inmediato y masivo. En pocos minutos puede haber un centenar de ellas a partir de que una descubrió un alimento”, añade.
Literalmente, de boca en boca es la voz de aviso, porque dan de probar una a otra lo obtenido y estimulan a que las demás salgan a buscar más de ese valioso recurso. “Mirá lo que conseguí, seguime” es la consigna contagiosa que logra armar una hilera interminable de recolectoras reclutadas, que se abren paso en intrincados jardines y baldíos.
Azúcar amarga
No es raro que usted alguna vez haya hecho un descubrimiento amargo en su cocina. Cuando observó que algunas hormigas se habían adueñado de la azucarera. Es que este dulce nutriente resulta un elemento importante para alimentar a la colonia poblada por cientos a millones de individuos. “Hay sueros con ciertos azúcares y cuando gotean puede ocurrir que se llene de hormigas, del mismo modo que en la cocina”, señala Josens. Impresionante puede resultar esta escena, pero más aún cuando diversas investigaciones dan cuenta de otro tema inquietante.
“Los insectos llevan en su cutícula microorganismos propios del lugar que habitan. Si se toma una cucaracha del medio del campo, no tiene organismos que sean patógenos para humanos. Pero si se agarra un insecto dentro del hospital, probablemente lleve diversos microorganismos patógenos, como demuestran numerosos papers. Peor aún, muy comúnmente con alto grado de resistencia a varios antibióticos. Por eso, se cree que los insectos podrían jugar un rol como vector mecánico incidental en la transmisión de las infecciones intrahospitalarias”, subraya.
Estos insectos resultan seres peligrosos al acecho. Es más, su tamaño minúsculo resulta otra contrariedad más. “Además, como hay especies diminutas, éstas pueden ingresar a sitios donde otros insectos más grandes no pueden, como cucarachas o moscas. Por otra parte, las hormigas viajan largas distancias buscando comida, circulando por senderos con otros cientos de individuos. Estas características les dan la potencialidad de dispersar patógenos por sitios sensibles como aquellos que deben ser asépticos”, indica el estudio publicado en SpringerPlus bajo el título “Conociendo el enemigo: comportamiento y control de hormigas en un hospital pediátrico de Buenos Aires”, que además de por Jonsens, fue realizado por Francisco Sola, Nahuel Marchisio, María Agostina Di Renzo y Alina Giacometti.
Contra ella, pero cómo
Combatir estos insectos es todo un tema, pero más aún cuando el espacio en que tendrá lugar el ataque es un sitio tan sensible como un centro sanitario. Las dificultades son varias. “En hospitales de cama caliente con mucha renovación de pacientes no se puede dejar un cuarto vacío durante días y aplicar un insecticida. Tampoco se puede liberar el tóxico como si fuera un edificio de consorcio habitual”, puntualiza y enseguida agrega otros recaudos a considerar dadas las características de la población hospitalaria. “Puede haber pacientes con diferentes problemas respiratorios, alergias o inmunodepresión y la aplicación de insecticidas puede generar complicaciones; también ciertos medicamentos pueden tener reacciones cruzadas con el pesticida. No se puede liberar spray, polvos ni rociar floables en las salas. Si se piensa en un hospital con niños, no se debe liberar líquidos o polvos en el piso o zócalos por donde los más pequeños puedan andar y tocar. Hay que colocar cebos y, en lugares donde los chicos no puedan tener acceso”, advierte.
“Tengo entendido que no hay legislación específica para el control de plagas en hospitales. Por lo cual, dentro del marco de la legislación de la ciudad, queda a criterio de cada centro de salud los productos a colocar y la forma de aplicación, así como los lugares específicos donde hacerlo; o bien, a criterio del profesional de control de plagas. Creo que son pocos los que consideran estos riesgos, como en este hospital de pediatría, y por ello extremaron los cuidados sobre cómo llevar a cabo estos procedimientos. En ese sentido, la actitud del personal de este hospital de buscar investigadores para asesorar y apoyar en el control sin liberar tóxicos en las salas, demuestra la conciencia y la alta calidad profesional que tienen. Son vanguardia en el tema”, resalta.
Tras numerosas reuniones con los directivos sanitarios, el equipo de Josens hizo un relevamiento exhaustivo de los distintos pabellones que ocupan tres hectáreas en pleno centro porteño. Como estrategia inicial le pareció prudente primero ir conociendo el lugar, sus códigos, y familiarizarse con el personal sanitario. Tres veces por semana, durante dos meses, estudiantes de Exactas UBA voluntarios fueron a colocar trampas, e iniciar las tareas de relevamiento en colaboración permanente del equipo de salud.
Estado de situación
En total hallaron quince especies que deambulaban por distintos sectores de este gran hospital. Las más abundantes eran las Pheidole en las zonas parquizadas, pero las más dominantes de las fuentes de alimentos por ser más agresivas eran las Nylanderia. Esta última junto con Brachymyrmexmostraron preferencia por cebos azucarados, lo cual es óptimo para ofrecérselos adicionándoles un tóxico que las hormigas obreras cargarán hasta al nido. Allí luego de unos días, el veneno se distribuirá por la colonia. Conocer los gustos de las distintas especies resulta clave para diseñar con esos ingredientes la carnada que envuelve la ponzoña, de manera que estos insectos los elijan a la hora de comer entre las numerosas opciones que pueden hallar a su paso.
“Había pabellones con alto nivel de infestación de hormigas. En algunos casos, atacando desde el exterior bajó considerablemente la población de estos insectos. En otros, hubo que hacerlo desde el interior de las salas. Esta tarea en el interior de las salas la hice sola, porque era mucha responsabilidad, no sólo por los recaudos que se debía adoptar con barbijo y protectores, sino que también había que moverse en la proximidad de los pacientes”, señala.
Josens emplea un compuesto activo letal natural, que no sólo se usa como insecticida sino en la industria, incluso en medicamentos, porque es de muy baja toxicidad para mamíferos. Pero resulta letal para los insectos. La hormiga puede detectar determinados compuestos y puede no aceptar el cebo que los contiene, o cargar muy poco, cargarlo lentamente o no reclutar. Por lo tanto, no se logra que lo lleve al nido. Pero si la colonia tiene un alto requerimiento de alimento, esa hormiga va a reclutar y lo llevará a la colonia en grandes cantidades; y luego de unos días causará una gran mortalidad”, indica.
Al fin atrapadas
Observación, pruebas, medición de los resultados parciales, correcciones, cambios, en fin, con todos los ajustes necesarios para evitar la propagación, el equipo de Josens aplicó con resultados alentadores una sustancia efectiva cuyo vehículo no es gel. Con la satisfacción de la tarea cumplida, la labor aún sigue adelante. “Ahora tengo a mi cargo el control de las hormigas, porque si se baja los brazos, vuelven. Control no significa erradicación y es una tarea que debe realizarse en forma sostenida”, enfatiza sin ocultar la alegría de haber sorteado este desafío, que marcó un hito en su carrera de investigadora. Tanto es así que en el hospital, la conocen como “Roxana, la chica de las hormigas”, dice riéndose.
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