Por decisión propia o ajena, por filtración o hackeo, los burócratas de inteligencia del Departamento de Estado acaban de imitar al personaje de la película El buen pastor. El atormentado protagonista que encarnaba Matt Damon, un agente de la CIA, terminó sin saber realmente para quién espiaba y quién lo espiaba a él. En el caso de los cables diplomáticos que difundió el diario El País habría que agregar otros personajes para una remake del film: además del perro que se muerde la cola (Damon) hay espectadores que miran su caca y la usan para interpretaciones esotéricas como si leyesen la borra del café.
Salvo que uno tenga la misma mente conspirativa de ese grupo de burócratas o sus admiradores españoles y argentinos, incapaces de articular una duda, es obvio que los cables conocidos hasta el momento no bastan para cerrar una buena historia. O al menos una historia seria.
Ayer El País de Madrid tuvo la gentileza de aportar los cables. Se agradece: había comenzado a tratar el tema de Wikileaks, la enciclopedia mundial de las filtraciones, con títulos sesgados sobre la Argentina que no aportaban ningún razón. En periodismo, razón es dato. No aportaba datos.
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