domingo, 10 de octubre de 2010

La hora de Rousseff

Hace poco más de un siglo, Brasil emergía del imperio republicano esclavista, Rusia padecía el despotismo del zar, India era una colonia británica y China flotaba en la niebla del feudalismo milenario. Hoy, las cuatro naciones integran el bloque de las potencias emergentes (Bric, por sus iniciales).

El Bric agrupa 45 por ciento de la población mundial. En conjunto, ocupa un territorio 2,75 veces mayor que el de Estados Unidos y la Unión Europea. Posee ubérrimos recursos naturales; expande el mercado interno y externo; fortalece el sector público; impulsa la autonomía militar y nuclear; actúa con independencia y soberanía en la escena internacional, y gravita geopolíticamente en los países vecinos.

En términos relativos, Brasil es el país mejor posicionado del bloque. Tiene 200 millones de habitantes (8 por ciento de la población sumada de India y China), se proyecta en África sudoccidental (donde la lengua madre le permite moverse con fluidez), está lejos de las guerras fratricidas de la periferia rusa, de las tensiones de la península coreana (vecina de China), y de la explosiva situación en Pakistán, Nepal y la región de Cachemira (limítrofes con India).

México pudo ser socio del Bric. Desafortunadamente, sus clases dirigentes se dejaron estafar por el libre comercio (que nunca existió), y el país quedó enganchado a la psicosis de una economía imperialista en declive.

Brasil, en cambio, recorrió el camino inverso. De aliado incondicional de Washington a la defensa de la soberanía, la integración política subregional y la contención del belicismo yanqui en sus fronteras.

El punto conflictivo de la política exterior brasileña sería su presencia en Haití, donde encabeza los cascos azules de otra entidad política en declive: las Naciones Unidas. No obstante, respalda a Cuba y Venezuela y, por encima de las tentaciones hegemónicas en el Mercosur, el diálogo y la negociación predominan en su agenda.

Luiz Inácio da Silva, Lula, fue el arquitecto del reacomodo político de Brasil en los nuevos escenarios internacionales. Obrero y líder sindical sin título académico (aprendió a leer a los nueve años), Lula dictó cátedra. A las derechas propuso pensar con cabeza propia, y a las izquierdas demostró que la política vale por los contenidos y no por las formas o declaraciones de fe.

El gobierno de Lula aumentó el consumo familiar, elevó los salarios en más de 60 por ciento, creó 14 millones de empleos en firme, 40 millones de pobres recibieron atención, y millones de excluidos pensaron en algo más que fútbol y carnaval. Lula termina su mandato habiéndose ganado el respeto de sus enemigos y lo que a fin de cuentas importa: el cariño de su pueblo.

A pesar de ello, los chamanes de la rebeldía verbal fruncen el ceño: Lula, los Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales, Fernando Lugo, Andrés Manuel López Obrador, no son homologables con el canon de la revolución ¡ya!

Excluyo, de la nómina, a Hugo Chávez: parece que Fidel ya los convenció (espero), de que el bolivariano cumple con los requisitos del buen muchacho revolucionario.

En fin… desconcertante coincidencia entre globalizadores y globalifóbicos. Los unos quieren la economía sin política y los otros la sociedad sin políticos.

¿Que se vayan todos? Los que están realmente jodidos no se hacen bolas. Sin mezquindad, eligen a sus dirigentes y los alientan para lidiar con las irracionales plutocracias de América Latina.

En los comicios venideros, la candidata del Partido de los Trabajadores, Dilma Rousseff (1947, heredera política de Lula), será elegida presidenta de Brasil. Hija de un comunista búlgaro, Dilmiña (así le llaman) militó en la guerrilla liderada por el capitán Carlos Lamarca y purgó tres años en prisión, donde fue torturada.

Recordemos, de paso, a Lamarca. Tras desertar del ejército (1969), la dictadura militar (1964-85) lo declaró “traidor de la nación”, único caso en la historia de Brasil. En 1971, Lamarca cayó en combate. En 2006, el Ministerio de Justicia lo ascendió, postmortem, a coronel de las fuerzas armadas.

El pensamiento bobo circula por el centro, que siempre está embotellado. El pensamiento cero adelanta por derecha, que siempre acaba en vía muerta. Inventando nuevas reglas de tránsito, Lula avanzó por izquierda. Acorde con la nueva hora de Brasil. ¿Dilma sabrá conducir?

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