Si estamos aquí es debido a algo que nunca ocurrió. Y no ocurrió gracias al sentido común y a la cabeza fría de un hombre… que casi nadie conoce.
Ésta es una de esas raras coincidencias que de algún modo parecen ser más que una mera coincidencia: ¿diocidencia?…o sincronicidad, como le llaman al resultado de una conexión honda, profunda, entre la conciencia y el mundo de la materia, que desafía a nuestro sentido normal de lo lógico.
Hace 32 años, el héroe más grande de todos los tiempos salvó literalmente al mundo de un Apocalipsis atómico.
En 1983, la guerra fría no había estado tan caliente desde la crisis de los misiles en Cuba. Parafraseando al entonces presidente Ronald Reagan, los Estados Unidos y la OTAN veían a la URSS como “El Imperio del Mal”.
Sus planes para colocar misiles en Alemania Occidental y organizar un ejercicio militar en Europa, entre otras acciones, hicieron que los soviéticos se sintieran verdaderamente amenazados. Sin duda, recordaban cómo, con el pretexto de un ejercicio militar, Hitler había engañado a Stalin y lanzado la Operación Barbarroja algunas décadas atrás.
Los líderes comunistas temían que el mentado ejercicio fuera una simulación para una invasión real, por lo que decidieron disparar todo su arsenal atómico al recibir la primera indicación de un ataque nuclear.
La tensión era tal, que el 1° de septiembre de 1983, un avión de pasajeros surcoreano entró por error en el espacio aéreo soviético y sin aviso, fue derribado sin previo aviso. Entre las 269 víctimas estaban un senador y varios ciudadanos americanos.
La noche del 25 de septiembre de 1983 debería haber sido la noche libre del Teniente Coronel “Stanislaw Petrof”, de 44 años, perteneciente a la sección de inteligencia militar de los servicios secretos de la Unión Soviética. No obstante, fue convocado al último momento porque quien debía cubrir el turno se había reportado enfermo.
Petrof llegó a su puesto de mando en el Centro de Alerta Temprana de la inteligencia militar, donde se coordinaba la defensa aeroespacial rusa. Era su responsabilidad analizar y verificar todos los datos de los satélites ante un posible ataque nuclear americano. Contaba para ello con un Protocolo muy claro que había redactado él mismo.
El Protocolo establecía que ante un inminente ataque atómico debía realizar las verificaciones correspondientes y alertar a su superior, quien de inmediato iniciaría el contraataque con armamento nuclear masivo sobre los Estados Unidos y sus aliados.
De repente, a las 12:14 Hrs., todos los sistemas de alerta se encendieron: las sirenas sonaron y las pantallas de las computadoras indicaron: “ATAQUE DE MISIL NUCLEAR INMINENTE”.
Un misil había sido lanzado desde una de las bases de los Estados Unidos. Su primera reacción fue pedir a todos los integrantes del Centro que conservaran la calma y que cada uno hiciera su trabajo. Y él hizo el suyo: verificó todos los datos y pidió confirmación de visión aérea, la cual fue imposible debido a las condiciones climáticas.
No le pareció lógico que EEUU lanzara un solo misil de pretender atacar a la Unión Soviética. Concluyó que tenía que haber ocurrido un error y se trataba de una falsa alarma.
Sin embargo, a los pocos minutos el sistema indicó un segundo misil… y después ¡un tercero!
Desde la sala de operaciones, localizada en el segundo piso del bunker, Petrof podía ver en el gran mapa electrónico de los Estados Unidos que los misiles nucleares habían sido lanzados desde la base militar en la costa.
En ese momento el sistema indicó otro ataque: un cuarto misil e inmediatamente un quinto.
En menos de cinco minutos, cinco misiles nucleares habían sido lanzados desde bases americanas contra la URSS. El tiempo de vuelo de un misil intercontinental balístico desde los EEUU era de 20 minutos.
La adrenalina se agolpaba en las cabezas de todos… mientras él analizaba qué debía hacer.
Después de detectar el objetivo, el sistema de alerta temprana lo hacía pasar por 29 niveles de seguridad que debían confirmar el ataque. El hecho de que pasaran tan contundentemente los niveles de seguridad todas las alertas despertó sus sospechas. El sistema podía fallar, pero, ¿podría haberse equivocado cinco veces o estaba frente a Armagedón?
Por lógica, el principio básico de la estrategia de la Guerra Fría habría sido un lanzamiento nuclear masivo, una fuerza abrumadora y simultánea de cientos de misiles, no cinco misiles consecutivos. Tenía que ser un error… ¿o el temido holocausto estaría sucediendo y él no haría nada?
Tenía diez minutos para decidir antes de que los misiles nucleares impactaran la URSS: informar a la dirección soviética y desencadenar la Tercera Guerra Mundial o escuchar a su sentido común.
Nunca antes en la historia, ni después, la suerte del mundo había estado en manos de un solo hombre. El futuro de la Humanidad pendía de su decisión. ¿Debía o no hacer accionar el “botón rojo”?
Petrof pensó: los americanos aún no tienen el sistema de defensa misilístico y saben que un ataque nuclear contra URSS equivale a la aniquilación inmediata de su propia población. Y aunque desconfiaba de ellos, sabía que no eran suicidas. Se dijo: “Ese gran imbécil no ha nacido todavía ni siquiera en los EEUU.”
Si estaba equivocado, una explosión 250 veces mayor que la de Hiroshima ocurriría sobre ellos pocos minutos después sin que pudieran hacer nada. Aun así, fue capaz de mantener la cabeza fría y de tener el coraje de escuchar a su instinto y de ajustarse a la conclusión lógica que le indicaba el sentido común. Decidió reportar un mal funcionamiento del sistema.
Paralizados y sudando a mares, él y los 120 hombres a su cargo contaban los minutos que faltaban para que los misiles alcanzaran Moscú…cuando de golpe, segundos antes, las sirenas dejaron de sonar y las luces de advertencia ¡se apagaron!
Petrof había tomado la decisión correcta y salvado al mundo de un cataclismo nuclear.
En su artículo “Hoy se cumplen 32 años de la decisión de un hombre que salvó al mundo, y nadie conoce”, publicado en IP, Alesia Miguens describe con detalle los momentos que siguieron a este trance:
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“Sus camaradas, empapados de sudor, se lanzaron sobre él abrazándolo y lo proclamaron un héroe.
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“Sus camaradas, empapados de sudor, se lanzaron sobre él abrazándolo y lo proclamaron un héroe.
Él se desplomó en su sillón y bebió más de medio litro de vodka sin respirar. Al terminar esa noche durmió 28 horas seguidas.
Cuando regresó al trabajo, sus camaradas le regalaron un televisor portátil de fabricación rusa para agradecerle. Todos estaban vivos gracias a la decisión que él había tomado.
Al enterarse de lo ocurrido, su superior le dijo que sería condecorado por haber evitado la catástrofe y que propondría crear un día en su honor.”
Pero no fue así. Rusia no podía permitirse que EEUU y el pueblo ruso se enteraran de lo sucedido.
Petrof fue reprendido por no haber cumplido el Protocolo y transferido a un puesto de menor jerarquía. Poco tiempo después se le dio la jubilación anticipada.
El héroe más grande del mundo pasó el resto de su vida en una modesta vivienda de dos habitaciones en los suburbios de Moscú, sobreviviendo con una mísera pensión de 200 dólares al mes, en absoluta soledad y anonimato.
No fue sino hasta 1998 que su comandante en jefe, Yury Votintsev, presente aquella noche, reveló lo ocurrido durante el llamado “Incidente del Equinoccio de Otoño”, que por cierto fue causado por una rarísima conjunción astronómica. Su libro de memorias llegó por casualidad a Douglas Mattern, presidente de la organización internacional de paz “Asociación de Ciudadanos del Mundo”, quien salió en persona a buscar al héroe anónimo al que todos le debíamos estar en este mundo, para hacerle entrega del Premio Ciudadanos del Mundo.
Encontrar su rastro en una fila enorme de complejos conventillos grises a 50 kilómetros de Moscú fue difícil debido a que ni su teléfono ni su timbre funcionaban.
Uno de los vecinos a quien preguntó por Petrof, le dijo: “Usted debe estar loco. Si un hombre que ignoró una advertencia de un ataque nuclear estadounidense realmente hubiera existido, habría sido ejecutado. En esa época no había tal cosa como una falsa alarma en la Unión Soviética. El sistema nunca se equivocaba. Sólo el pueblo”.
Finalmente lo encontró en el segundo piso de uno de los edificios. Sin afeitar y desalineado, asomó la cabeza. “Sí, soy yo, pase.”
“Sentí que me encontraba con Jesús cuando él abrió la puerta”, dijo Douglas Mattern. “Sin embargo, él estaba viviendo como una persona de la calle. Cojeando, con sus pies hinchados, sin poder caminar mucho y constándole ponerse de pie, me dijo que sólo salía para conseguir provisiones”.
El héroe más grande de todos los tiempos, respondió humildemente: “No me considero un héroe; sólo un oficial que a conciencia cumplió con su deber en un momento de gran peligro para la humanidad… Sólo fui la persona correcta, en el lugar y momento indicado”.
“En un mundo tan lleno de vanidosos que “pretenden” salvar algo cuando en realidad lo único que hacen es daño a los demás y al planeta. En un mundo tan lleno de miserias, mezquindades, egos, avaricia y ambiciones; la humildad de este hombre y su indiferencia por la fama y la importancia, estremece profundamente”, afirmó Mattern.
Después de conocerse este hecho, expertos de EEUU y Rusia calcularon cuál habría sido el alcance de la devastación según el arsenal con el que contaban y habrían lanzado en ese momento y concluyeron que entre 3 y 4 MIL MILLONES de personas, directa e indirectamente, fueron salvadas por la decisión que ese hombre tomó esa noche.
“La faz de la tierra se hubiera desfigurado y el mundo como lo conocemos, acabado”, dijo uno de los expertos.
Stanislaw Petrof recibió:
•El Premio Ciudadano del Mundo el 21 de mayo 2004.
• El Senado australiano lo premió el 23 de junio 2004.
• Fue honrado en las Naciones Unidas el 19 de enero 2006. Dijo que fue su “día más feliz en muchos años.”
• En Alemania, en 2011, el dieron el Premio Alemán de Medios, que reconoce a personas que han hecho contribuciones significativas a la Paz Mundial, por haber evitado una potencial guerra nuclear.
• Fue Premiado en Baden Baden el 24 de febrero del 2012.
• Galardonado con el Dresden Preis en 2013.
• Y Kevin Coster realizó el documental “El Botón Rojo” en su honor.
Hoy en día, continúa viviendo en su pequeño departamento de las afueras de Moscú, con su pequeña pensión de 200 dólares al mes, en relativo anonimato. Les dio la mayor parte del dinero de los premios a sus familiares y guardó un poco para comprarse una aspiradora con la que había soñado, y resultó defectuosa.
¿Cómo es posible que después de 32 años tan poca gente en el mundo sepa de él?
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