En España morían a principios del siglo pasado unas 5.000 personas cada año por difteria,
una grave enfermedad que afecta a las vías respiratorias y que resulta
mortal para entre el 10% y el 15% de los afectados. En 1941 se
registraron mil casos por cada 100.000 habitantes y poco después se
inició una campaña de vacunación que logró la desaparición de la enfermedad en 1987, fecha
en la que se detectó el último episodio conocido. Hasta la semana
pasada, cuando se descubrió la reaparición de la bacteria en un niño de 6 años, vecino de Olot,
que no había recibido ninguna de las dosis de la vacuna que
corresponderían a su edad porque sus padres son contrarios a este tipo
de medidas preventivas.
La reaparición de un mal
que se daba por extinguido entre nosotros viene a activar el debate
sobre los planes de vacunación y sus efectos que recorre algunos países,
como Francia o EEUU, que ya han padecido el rebrote de 'enfermedades
antiguas' que se consideraban superadas y frente a las cuales se había
bajado los brazos de la prevención.
No hay duda de que las vacunas constituyen uno de los más formidables logros de la medicina
y que han servido para acabar con las grandes epidemias que diezmaron a
la humanidad durante siglos. Como cualquier otro tratamiento médico no están exentas de riesgos,
pero es difícil sostener que estos sean superiores a los inmensos
beneficios que producen, tal como aventuran quienes defienden una visión
naturalista de la medicina. Para estos colectivos -en torno al 3% de la
población, según los epidemiólogos- la inoculación de una sustancia
inmunizante implica el riesgo de desarrollar otras enfermedades, incluso
la que se pretende combatir. Médicos, científicos y autoridades
sanitarias rebaten esta creencia: a la vacuna antidiftérica se le
atribuye una eficacia de más del 95% con efectos mínimos.
Nada
impide legalmente a una familia no vacunar a su prole apelando a la
potestad paterna, pero tampoco puede ignorar que su decisión va más allá
del riesgo evidente al que exponen la vida de su hijo. Su conducta
amenaza también a quienes en el entorno del menor pueden resultar
contagiados y, en definitiva, a la salud colectiva. Estamos ante una
responsabilidad de carácter social que ese 3% de la población debe tener
en cuenta. Nos la jugamos todos.
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/responsabilidad-social-vacuna-4245025
Rescato noticias de interés en la recorrida por los medios de comunicación, busco una forma de comunicación transversal, seleccionando, recortando, la realidad que me interesa divulgar.gracias por visitar el blog. Daniel
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